Allá por el final de los años setenta fue cuando me quedé con el nombre de aquel actor, de sonrisa perenne y corta alzada, que me sonaba de haberle visto anteriormente, siempre en personajes secundarios.
Parecía un muchacho, aunque se intuía que estrictamente no lo era. El programa se llamaba “El monstruo de Sanchezstein” y el actor, Pepe Carabias. Como en aquellos tiempos no se había inventado Google no llegué a saber que en realidad éramos de la misma quinta. Ahora, al preparar estas líneas, lo he comprobado.
La diferencia, además de que él es actor y un servidor no ha pasado de mero aficionado, es que ha seguido y sigue siendo una presencia de aire mucho más joven de lo que su documento de identidad indica.
Nuestro hombre ha hecho cine, televisión, teatro… y doblaje. Porque en esa faceta actoral ha alcanzado altas cimas, incluso obteniendo el premio nacional. Su voz siempre fue considerada como idónea para las películas de animación, y su fama llegó nada menos que hasta Jim Henson, el padre de los teleñecos, quien llegó a dirigirle en Estados Unidos, logro que ningún otro actor español alcanzó.
Su corta estatura -física, que no técnica- le derivó hacia un tipo determinado de personajes, casi siempre en el terreno de la comedia y con frecuencia de mucho menos edad que la suya. No ha hecho apenas protagonistas, pero siempre ha lucido sus personajes. Alcanzó la popularidad en la tele, trabajando con el dúo Cruz y Raya, quienes dieron en la diana escribiéndole el personaje de patriarca gitano, que acabó casi siendo una especie de marca de fábrica.
Le hemos visto en series de enorme éxito, como “Los ladrones van a la oficina” o “Farmacia de guardia”, amén de programas para la gente menuda, cuando en España solo había una cadena y las audiencias eran lo que ahora sería impensable.
En otro tipo de cine distinto del humorístico, para el que nuestro hombre ha parecido siempre destinado, le encontramos en títulos como “La busca” -posiblemente una de las mejores adaptaciones barojianas, si no la mejor-, “Las salvajes en Puente San Gil” -feroz crítica a la España profunda- o “Sangre de mayo” -aquel semifallido trabajo de Garci que le pagó Esperanza Aguirre con los fondos de su Comunidad, al hilo de los fastos del bicentenario-.
Por lo que a mí respecta, le recuerdo perfectamente actuando en el Teatro Español de Madrid, defendiendo con brillantez uno de los personajes de la descacharrante obra de Jardiel “Los habitantes de la casa deshabitada”, que protagonizaba el gran Saza.
Porque Carabias ha sido durante toda su vida un actor de teatro, medio en el que empezó siendo un chiquillo, y donde supo utilizar con talento lo que para otros podía haber sido una limitación, su físico. Amén de su dúctil voz.
Dejo para el final el recuerdo de su frecuente presencia en los grandes años del soberbio espectáculo que fue el Un, dos, tres del cada vez más recordado Chicho. Posiblemente muchos espectadores no supieran cómo se llamaba aquel actor de sonrisa pícara y de edad imposible de saber.
Ya se lo digo yo: se llamaba y se llama Don José Carabias, así, con todas las letras y el don por delante. En este modesto, y al mismo tiempo orgulloso de sus logros, festival de Daroca, han decidido premiarle y a un servidor le parece más que oportuno.
Fernando Gracia
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