Homenaje a Jordi Grau: Ecos de la Escuela de Barcelona

Por Fernando GRACIA.

grauApenas le dirá nada a las nuevas generaciones la mención al movimiento artístico mencionado en el título de estas líneas. El inmisericorde paso del tiempo sepulta muchas cosas, modas, tendencias, mitos, éxitos, corrientes artísticas… y personas.

La idea de premiar la carrera de Jorge Grau me lleva instantáneamente a recordar aquellos años sesenta y primeros setenta en la que nos llegaban ecos de esa suerte de movimiento generado en la ciudad condal, que abarcó distintos campos artísticos, como la arquitectura, la moda, la literatura, la fotografía, el diseño y cómo no, también el cine.

A nuestras juveniles cabezas llegaban algunas noticias sobre todo a través de la revista Fotogramas, y así supimos algo de las andanzas de gentes como Ricardo Bofill (padre, naturalmente), Leopoldo Pomés, Pere Portabella, Gonzalo Suárez, Vicente Aranda, Jacinto Esteva, Joaquín Jordá, José María Nunes y nuestro Jorge Grau, que ahora nos ocupa.

Títulos tan interesantes como «Una historia de amor»,
posiblemente la mejor de su carrera

Hubo quien definió a este grupo heterodoxo, donde evidentemente se podrían encuadrar muchas más personas, como la “gauche divine”, en guiño claro hacia lo francés y no solo por emplear una expresión en la lengua de nuestros vecinos. Latía en el fondo de todos ellos un innegable deseo de acercarse a Europa, entonces tan lejos, y qué mejor forma que hacerlo inspirándose en ideas y sobre todo estéticas que surgían en ese país y que algunos de ellos conocían personalmente por haber andado en esas tierras, algo que no todo el mundo en nuestro país podía hacer.

cartelEn ese ambiente le llega la oportunidad, tras el meritoriaje trabajando a las órdenes de gente tan lejos de estas ideas como José Luis Saenz de Heredia –primo de José Antonio, por si alguien no está al tanto-.

En 1962 Grau dirige Noche de verano, filme que recoge ese ambiente, no muy  bien acogida y menos entendida en su momento y ahora una película francamente interesante como documento sociológico. A resaltar que en el elenco, acompañando a Paco Rabal y María Cuadra,  se encontraban entre otros Margarita Lozano, que venía de estar en Viridiana y aún no había recalado en Italia para acabar siendo actriz fetiche de los Taviani, y Gian María Volonté, un ilustre desconocido entonces y a punto de triunfar en los spaghetti westerns y luego convertirse en el actor fundamental del cine político italiano.

Pronto vendrán títulos tan interesantes como Una historia de amor, posiblemente la mejor de su carrera, con Teresa Gimpera y Serena Vergano –a punto de convertirse en señora de Bofill y por tanto mamá de aquel muchacho que tanto se prodigaría en las teles-, Historia de una chica sola, Chicas de club, La siesta o aquella película por la que estuvo a punto de pasar a la historia de nuestro cine, La trastienda.         

No profanar…, que acabó por
convertirse en filme de culto

Quienes la vieron y la recuerdan sabrán que no hubiera sido precisamente por su especial calidad, aunque la película se deja ver, sino por el hecho de presentar por primera vez en la historia un sexo femenino en primer plano, de forma fugaz pero suficiente como para convertirla en un exitazo de taquilla. Qué tiempos.

Una historia de amor 1966 grauDonde el éxito comercial llamó definitivamente a su puerta fue cuando abordó el género del terror, con títulos como Ceremonia sangrienta y sobre todo No profanar el sueño de los muertos, que acabó por convertirse en filme de culto para los amantes de este tipo de películas.

Curiosamente a partir de entonces su carrera declinó, posiblemente por no incidir en ese género que le hubiera dado dineros aunque a lo mejor a él mismo no le interesaba seguir esa senda, por razones artísticas. Fuera la que fuera la razón lo cierto es que su nombre fue desapareciendo de nuestras carteleras, hasta llegar a la que debió ser uno de sus últimos estrenos, una extraña producción titulada El extranjer ¡0h! de la calle del Sur, cuya rareza ya era apuntada por el propio título. La película tenía un tono autobiográfico, y hay quien opina que debía haber sido él mismo quien se pusiera ante la cámara y no Pepe Sacristán. Como curiosidad, el hecho de convencer a sus amigas y antiguas musas Gimpera y Vergano para que volvieran.

Un acierto el que el Festival de Daroca se acuerde de este interesante director catalán, que nos trae a los viejos aficionados ecos de aquella corriente artística de la que no supimos demasiado y que quizá desde estas tierras de secano no llegamos a entender del todo, pero que ha dejado una apreciable huella en la historia de nuestro país para ser apreciada por aquellos que lo deseen.

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