Homenaje: Fernando Conde, un clásico

Por Fernando GRACIA.

25885_1_1741Supe que Fernando Conde era aragonés a principios de los noventa. Me explicaré. Andaba yo por Madrid por motivos laborales y aproveché la circunstancia de que una vieja amiga trabajaba cono secretaria de dirección en la Compañía de Teatro Clásico que entonces dirigía Marsillach, para poder entrar gratis a una función del Teatro de la Comedia.

Representaban “El caballero de Olmedo”, que pude disfrutar en un palco reservado para invitados. Mis compañeros de localidad resultaron ser darocenses que habían aprovechado la ocasión para ver a su paisano Fernando Conde, por lo que pude rápidamente ampliar mi conocimiento sobre la figura de aquel actor, que hasta entonces para un servidor no era sino “el que se había marchado de Martes y trece”.

Por esa condición de paisano seguí con interés la carrera del actor en la medida de mis posibilidades, ya que al volcarse en el teatro, con preferencia hacia los clásicos, no resultó fácil verlo por nuestra querida Zaragoza.

De vez en cuando le veía en algún papel de reparto en alguna película, hasta que en 1996 pude aplaudirle por su excelente interpretación en la premiadísima “El perro del hortelano”. Pensé que volvería a verle en más papeles de parecida enjundia, pero me tuve que conformar con colaboraciones en títulos tan estimables como “Noviembre”, de Achero Mañas, o en la más que interesante “Una palabra tuya”, de la fugaz ministra Ángeles González Sinde.

Hasta entonces, para un servidor, no era sino
el que se había marchado de Martes y trece

Pero finalmente pude verle en las tablas de mi querido Teatro Principal de Zaragoza haciendo aquello que seguramente más le gusta: interpretar un texto de primer nivel en una obra inmortal. Se trataba nada más ni nada menos que el Shylock de “El mercader de Venecia”. Sin duda uno de los mejores papeles que un actor maduro puede llegar a representar.

2865622_640pxVi en escena un personaje humano, contradictorio, defensor de “su verdad”, perfectamente creíble y como no podía ser de otra manera, dando el tipo que uno espera encontrar en él.

Indagando sobre el currículo de nuestro premiado constaté lo que había intuido con las noticias que en estos años había acumulado en mi disco duro sobre el paisano: que había sido fiel a sus principios como actor y que había conseguido desarrollar una carrera coherente, lejos de las teóricas facilidades que su pertenencia al famoso trío humorístico le podían haber facilitado.

Y analizando su historial de intérprete me encontré con su participación allá por la primera mitad de los setenta en el musical “Gospel”, por lo que deduzco que le vi actuar, aunque en aquellos tiempos ignorara quién era. Y digo que le vi porque fue una obra a la que acudí en un par de ocasiones: en Madrid cuando el personaje de Jesús lo hizo Juan Ribó y en Zaragoza, cuando en la gira lo hacía el desaparecido Nicolás Romero –“Poquito”, para los niños de la época-. Doy por hecho que en alguna de esas representaciones debió andar el entonces muy joven Fernando Conde.

Este darocense de corazón, aunque le nacieran en Ibdes, ha sabido desarrollar una carrera de actor, no solo de famosete. Ha sabido dedicarse y ser alguien en aquello que más ama. Ha llegado a la madurez en plenitud de facultades artísticas y ha acumulado méritos más que suficientes como para que sus paisanos le recuerden y le premien en su Festival.

Quien suscribe, como simple espectador, piensa que ha sido un acierto y así lo dice.

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